El nuevo leviatán: globalismo, imperialismo y anti-democracia
Por Valeria Zardoni* 31 de julio del 2024
Por Valeria Zardoni* 31 de julio del 2024
En uno de sus libros titulado “Por una constitución de la tierra”, Luigi Ferrajoli, en una suerte de manifiesto, aboga por el establecimiento de una nueva de constitucionalismo que vaya más allá de las fronteras nacionales, es decir, un constitucionalismo global. ¿La justificación? Pues, que, según el autor, “un constitucionalismo extrapolado a nivel internacional daría una respuesta más eficiente a los problemas sociales, económicos, educacionales, de salud y políticos que afectan nuestras sociedades contemporáneas y violan nuestros derechos fundamentales”. Ferrajoli, de manera tajante, culpa al “capitalismo voraz” y al sistema industrial “ecológicamente insostenible” de devastar el planeta, incrementar la desigualdad material y la pobreza, aumentar el racismo, el fundamentalismo y la criminalidad. Hablar de una “constitución global”, es, a su vez, hablar de un estado global, el cual, con base en esa constitución, regularía la convivencia social. Sin embargo, una constitución global y por ende, un estado global, en términos hobbesianos, suena incoherente, dada “la inexistencia de un pueblo global homogéneo y debido a la existencia de los estados-nación soberanos” (2020, p. 40). Ambas realidades son –para el autor- las mayores razones para la implementación de un nuevo paradigma constitucional a nivel internacional, ya que, según él, el nacionalismo es “una amenaza para la humanidad”.
En los la década de 1930, Carl Schmidt definía el término “constitución” con una connotación nacionalista e identitaria, pues la entendía como “una expresión de identidad y unidad del pueblo en un todo político”. Pero, Ferrajoli argumenta que la constitución es un “pacto de coexistencia” y debe garantizar a todos los mismos derechos, lo que la hace, además de un pacto de coexistencia pacífica entre personas distintas (p. 40). Evidentemente, Ferrajoli busca justificar la necesidad de absolutizar el poder a nivel global para tener un mejor control de las relaciones; ya no entre seres humanos, sino las relaciones entre los estados y mercados que concentran el poder (2020, p. 41-42). El autor considera que el proyecto del constitucionalismo global no es tanto una utopía, si consideramos que el primer pacto de coexistencia pacífica jamás estipulado ha sido la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, la cual, junto con otros tantos tratados de derechos humanos, puede entenderse como el “proyecto embrión de una constitución global”, pues, con ello, dentro de la esfera normativa, el paradigma de un constitucionalismo global ya fue incorporado en el orden internacional (p. 42).
¿Utopía o realidad?
Ferrajoli pareciera tener razón al decir que un proyecto y pacto político de tal magnitud no es imposible, pues, a día de hoy, sus efectos son observables. Es más que evidente que, debido a la influencia de organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas, el Foro Económico Mundial o la Organización Mundial de la Salud, entre otras, los estados-nación han empezado, poco a poco, a perder la centralidad política y soberanía que habían gozado desde hacía décadas (Laje 2022, p. 360). En efecto, el Estado, como concepto político, ha sufrido cambios significativos, los cuales, gracias a la globalización y a las interacciones globales en materia económica y política, “la dicotomía nacional-foráneo está perdiendo cada vez más su contraste”. Actualmente, es común que ideas radicales como las de Ferrajoli, aboguen por la “aniquilación del espacio político y el desarraigo de su componente cultural definitorio: la nación” (Laje 2022, p. 361).
Los conceptos de “nación” y “nacionalismo” son conceptos históricos que surgieron durante la modernidad. Por ejemplo, el término ‘estado' “es combinado con el término ‘nación’ como un órgano colectivo definido por las afinidades históricas, lingüísticas, y simbólicas” de un pueblo (p. 361). Sin embargo, podemos apreciar que, en mayor medida, el detrimento del concepto de nación, ha sido a consecuencia de las migraciones masivas e incontroladas, además de los ataques deliberados con motivos ideológicos a los sentimientos nacionalistas. Estas ideas anti-nacionalistas buscan “la destrucción de las particularidades nacionales y culturales, principalmente de occidente, argumentando que son supremacistas e imperialistas” (p. 361). Es un hecho que los estados-nación han cedido y perdido, cada vez más, su soberanía y autonomía para dictar sus propias normas sociales. El leviatán del que hablaba Thomas Hobbes ha ido aumentando su tamaño, pero, a su vez, ha perdido su poder a nivel nacional y, en cambio, las organizaciones internacionales han crecido en su detrimento. El derecho internacional está socavando al derecho interno. “El estatus de ciudadano nacional está cediendo a la noción de ciudadanía global” (p. 362).
El poder anti-democrático
A diferencia del estado-nación, el poder del leviatán global carece de naturaleza democrática, pues el poder ha sido depositado en burócratas que nadie ha elegido y que nadie conoce. Las decisiones que son tomadas son impuestas a los pueblos de arriba hacia abajo y no de abajo hacia arriba. El poder el estado global es, por definición, antidemocrático, porque no existe un “pueblo global”, sino que existen diferentes pueblos y sociedades, en donde los usos y costumbres varían acorde a sus culturas. Por esa razón, podemos decir que el globalismo es imperialista y tiene objetivos homogeneizantes. Al respecto, Laje señala que el poder globalista es elitista y tecnocrático, ya que la legitimación de sus organizaciones internacionales no descansa en mecanismos democráticos, sino en el estatus de ‘expertos’ de quienes los presiden; y entonces, existen expertos en todo: género, niñez, economía, medio ambiente, derechos humanos, mujeres, razas, grupos étnicos, gobernanza, etc. El carácter antidemocrático puede observarse en tanto que en dichas organizaciones internacionales, “nadie escoge o debate alternativas; no existe conflicto de opiniones o posiciones; no existe la voluntad popular; sino que todo se resume al hambre por el poder y al lobismo político” (2022, p. 366-367). Tan es así, que dichas organizaciones se han ido multiplicando a gran velocidad, y con ellas las llamadas “ONG’s” (organizaciones no gubernamentales), que se dedican al lobismo nacional e internacional en temas políticos. En 1909 había 176 de dichas organizaciones; pero, en 1989 el número rondaba los 4,624 y evidentemente sigue creciendo. Gracias a los fondos de financiación, muchos ven oportunidad de negocio y basta con subirse al tren de lo que está de moda y militar en pro de dichas causas políticas y sociales, sin siquiera analizar si las mismas son beneficiosas para el futuro de la humanidad o no; pues todo se resume a dinero y poder. Tales organizaciones operan con intereses específicos y con una ideología bien articulada, pues deben rendir cuentas a aquellos que las financian. Los sujetos de la política moderna, como lo son el ciudadano nacional, el pueblo, y el estado han sido reemplazados. En la posmodernidad, el sujeto político son los lobbies y sus financiadoras, quienes han irrumpido la política hambrientos de poder y soberanía (p. 368). Nos encontramos, entonces, ante el paradigma de la gobernanza global, frente a un leviatán global totalitario, imperialista, antidemocrático y, ciertamente, distópico.
*Lic. En Derecho. Mtra. En Relaciones Internacionales por la Universidad de Turín. Miembro del Frente Crítico Universitario (FCU). Redactor en el FCU.
**Frente Crítico Universitario podrá no estar de acuerdo con muchas de las posturas de sus redactores, pero defenderá el derecho a la libertad de expresión de cualquier persona que decida publicar con nosotros, aún si estas son críticas a nuestra organización.