DE LA NORMALIZACIÓN A LA ROMANTIZACIÓN: UN PROBLEMA DE IDENTIDAD
Por Italo Campomanes* 03 de junio del 2024
Por Italo Campomanes* 03 de junio del 2024
"Yo soy depresivo, jajaja, ¿no me escuchaste? Te dije que soy depresivo, ey, mírenme, estoy triste, tengo depresión...", verbaliza un adolescente —o adulto joven— en sus redes sociales. De un momento a otro, tener un trastorno psicológico es cool, es propio de alguien popular. Deja de ser visto como algo a cambiar para ser visto como algo de lo que deberíamos sentirnos orgullosos. Hemos pasado de la normalidad a la romantización ¿Por qué pasa esto? Intentaré dar una respuesta, aunque no absoluta, sobre esta problemática. Cabe resaltar que el abordaje no va sobre la depresión, solo está como ejemplo, así como pude usar la obesidad, el TDAH, la ansiedad, etc. Asimismo, le pido mucha paciencia a las personas ajenas a la psicología por lo próximo que van a leer hasta acabar este párrafo, pues, no podré explicar por qué, pero créanme cuando les digo que esta propuesta sobre los problemas psicológicos es superior: la depresión no es algo que llevemos o tengamos, la depresión es una situación en la que estamos; esto se puede traducir en "no tengo depresión ni soy depresivo, estoy pasando por una situación depresiva".
Actualmente, tenemos una sociedad muy curiosa, son múltiples las características que se le pueden suscribir, claramente, enmarcadas en el contexto de la posmodernidad, que, aunque no se sepa con exactitud cuándo empezó, las contingencias de su actividad presente sí son notables. La identidad ha sido una de las víctimas de lo posmoderno, hoy se encuentra en un desequilibrio permanente, no hay nada más cerca de la identidad que la inestabilidad. No tienes que esforzarte mucho para corroborar esta afirmación, basta con recordar las diferentes identidades que varias chicas han adoptado en los últimos meses —de Merlinas a Shakiras, de Shakiras a Barbies—, aunque este es un análisis superficial, es un buen punto de partida.
Hay dos grandes preguntas que el adolescente se hace: ¿Quién soy? ¿quién seré? Hasta hace unos años estos podían responder a "¿quién seré?" de manera sencilla, era el típico proyecto de vida que hacía gala de presencia, lo que sí era difícil de contestar era "¿quién soy?", pues como adolescente que se es, aún anda en busca de su identidad. De hecho, se plantea que el paso de la adolescencia a la adultez es justamente la consolidación de la identidad —podemos entenderlo como la madurez psicológica—. Dije que hasta hace unos años porque esta dinámica cambió. El hombre posmoderno ya no sabe quién será y mucho menos sabe quién es.
El hombre actual rechaza todo tipo de "imposición", él no es lo que otros dicen de él, él es lo que ha elegido ser, el resto son imposiciones: si se le es impuesto, lo rechaza. Por ejemplo, una persona no es varón ni mujer como su biología lo dice, él es varón en tanto él haya decidido serlo, es más, si contradice su biología es mejor porque es más "cool" hacerle frente a la imposición, a la normativa. Pero ¿por qué conformarse con uno? Habiendo tanta diversidad, sería de mayor provecho poder cambiar de vez en cuando: lo que llaman "ser fluido". Si aplicamos este ejemplo con todos los componentes que responden a "¿quién soy?", nunca podremos responder a la pregunta. Pues hoy se es alguien y mañana se es otro, como decía Heráclito, "eres y no-eres al mismo tiempo", pero no puedes ser y no ser porque el ser es y no-ser no es.
Por otro lado, partiendo de que la vida es un elegir constante, no solo podemos decidir lo que somos, sino lo que hacemos. Vivir se convierte de esta manera en acumular experiencias, parece una mala interpretación de "vivir el momento presente". Dicho de otra manera, estás vivo solo si tienes experiencias distintas, no necesitas metas a largo plazo, no existe el mañana, solo tenemos el hoy. Esta visión del mundo ha propiciado que las personas abandonen la tarea de encontrarle un sentido a su vida, un propósito. Por tanto, responder a "¿quién seré?" tampoco es posible, ya no necesitamos pensar en ello porque no existe un mañana. Y si haces el esfuerzo de pensarlo, se reduce a que hoy despiertas queriendo ser el mejor artista; mañana, mochilero; pasado, el más grande filósofo; otro día, un político, etc.
Sumergidos estamos, entonces, es una imposibilidad de lograr nuestra identidad. Pareciera que el posmoderno se ha de quedar en la eterna adolescencia. Al no tener un paradero claro sobre su vida y vivir sin saber quién es, el hombre entra en un vacío existencial. Pero este vacío no le hace abandonar lo posmoderno, hace que busque desesperadamente algo a lo que aferrarse, busca ser "distinto". En ese contexto, el eterno adolescente construye identidades inestables: un mes es Merlina y los siguientes meses será Barbie. Sumados a esto, buscará en sus problemas una oportunidad para "diferenciarse" también, así que hará gala de estos. Es "cool" "tener" ansiedad: "Hola, soy Marcos ‘El Ansioso’". Aunque Marcos no es el único ansioso, como él, hay miles de perfiles en las redes sociales.
Romantizan, de esta manera, situaciones —pueden o no ser ciertas— que suponen una dificultad para actuar conforme a lo que uno valora. Con esto no quiero decir que debamos rechazar nuestros "problemas"; ningún polo es el adecuado. Contrario a la evitación, lo que debemos hacer es aceptarlo. En efecto, existen más causales para explicar el contexto actual de romantización de enfermedades/trastornos/condiciones, el que acabo de brindar apunta a su relación con la identidad inestable, producto de la posmodernidad.
*Psicólogo en formación. Estudiante de la UNMSM. Profesor de Psicología y Filosofía. Cofundador de PsicoEvidencia.
**Frente Crítico Universitario podrá no estar de acuerdo con muchas de las posturas de sus redactores, pero defenderá el derecho a la libertad de expresión de cualquier persona que decida publicar con nosotros, aún si estas son críticas a nuestra organización.