Instapolitica
Por Nícolas Espinoza Valenzuela* 18 de julio del 2024
Por Nícolas Espinoza Valenzuela* 18 de julio del 2024
Introducción:
Si bien puede parecer curioso el título por el hecho que la presente columna de opinión está publicada en Instagram, quisiera que el usuario pueda omitir ese detalle para comprender mejor aquello que se pretende explicar. Al usar el término “InstaPolítica” lo hago por dos razones: porque ello engloba bien lo que representa una manera de hacer política desde las etiquetas para promocionar sus ideas -el producto- y porque también representa esa visión de hacer todo de manera instantánea (expresar, consumir, divulgar, etc.) y ello repercute de manera negativa.
Desarrollo:
En cuanto al primer apartado, si bien existen otras redes como TikTok donde también se abusa de las etiquetas, Instagram es de las redes sociales que más capitalizaron el utilizar dicho algoritmo para que los usuarios puedan encontrar aquello que no saben que querían pero que, a su vez, lo estaban buscando.
En esta publicación también se estarán usando etiquetas como “#Política” o “#Ideologías”. Es parte del sistema que tiene Instagram y no se puede hacer mucho por ello. No obstante, al hacer ello reducimos lo que significa política o ideologías a una mera herramienta para poder llegar a más personas y que puedan seguir consumiendo. Es así como ambos ganamos: Instagram -o Meta- consigue mayor retención que lo capitaliza a los anunciantes y nosotros tenemos la posibilidad de obtener más seguidores para llegar a más gente y así el ciclo. Este hecho no es malo de por sí, ya que es el modelo de negocio que tiene. Sin embargo, el extrapolar la lógica de las etiquetas como herramientas de alcance mediático a la política fuera del mundo digital sí trae grandes consecuencias: cuando la virtualidad de las redes sociales se encarga de difundir aquellos hechos que ocurren en el mundo real las dinámicas cambian porque se necesita usar esa misma lógica que tienen las redes sociales para difundir un mensaje y, para ello, se necesita captar la atención de una persona que, posiblemente, quiera estar bombardeado de estímulos. Veamos algunos ejemplos.
Cuando una portal de noticias que tiene una “W” en su logo con fondo negro (y presumiblemente, tiene simpatías con la izquierda) da a conocer un mensaje, no lo hará usando términos precisos o no se darán el trabajo de explicar por qué usan dichos términos, sino que emplearán palabras como “neoliberalimo”, “fascismo” o “ultra/extrema derecha” de manera simplificada porque lo que se busca es retención, no información. Lo mismo ocurrirá cuando una otra página de periodismo con una “D” como logo en un fondo celeste publique una noticia: usarán términos como “marxismo cultural”, “progresistas” o “socialista/comunista” para generar retención y reacción en quien logre ver dichas publicaciones.1 Y es en ese momento donde ocurre el problema: que el consumidor tenga una concepción tan vaga de lo que realmente significan estas palabras y, peor aún, que la replique como si esa simpleza verdaderamente sea la definición correcta.
Con respecto al segundo punto, la masificación de videos cortos que busquen captar el mayor número de atención con menos palabras y menos tiempo refuerzan el problema central que se aborda. Parecerá contradictorio que busquen mayor atención y, a su vez, hagan videos cortos, pero la atención que buscan es vender una idea para que palabras claves como “socialistas”, “comunistas”, “neoliberales”, “fascistas”, etc. se queden en la mente del receptor. Es en ese proceso que uno, con las ansias de mayores estímulos y con la pereza de coger un libro teórico e informarse de lo que significan realmente dichos términos, se vuelve una esponja que absorbe lo primero que se le cruza en el camino en vez de ser más crítico con aquello que acepta como verdad.
Ante ello hay una aclaración importante que deseo puntualizar: nunca podremos ser completamente críticos con todo puesto que nuestras bases epistemológicas, ontológicas, éticas y antropológicas están muy arraigadas a nosotros. Ello no representa una excusa para permitir el uso indiscriminado e infundamentado de términos, puesto que si bien la crítica absoluta es una mentira, el razonamiento crítico es una cualidad del ser humano y permite cuestionar hasta cierto punto lo que consideramos correcto. El ser completamente escéptico a todo puede llegar a ser tan absurdo como el aceptar cualquier información sin previamente hacer el esfuerzo de corroborar o cuestionar lo que se menciona.
Si uno adopta la filosofía liberal no hay ningún problema, pero no por esa razón debe llamar “socialista” o “comunista” a todo aquello que cuestione su postura; la misma lógica aplica con quienes se hacen llamar socialistas, que no por rechazar dichos postulados se puede catalogar al otro como “libertario” o “neoliberal”. Esa banalización de conceptos hace que los mismos dejen de ser una filosofía o ideología para pasar a ser etiquetas. El informarse por medio de Reels o TikToks representa un riesgo para quienes son susceptibles a caer en fanatismo o extremismos, puesto que dichas personas, aunque sean pocas, suelen ser muy ruidosas -además de carecer de pensamiento crítico-.
Independientemente de la ideología con la cual uno se abandera, la labor de romper con la burbuja que determinados medios quieren crear para fines particulares, saber reconocer lo que es un liberal, socialista, marxista, fascista, anarquista y demás es difícil porque una ideología es, de por sí, un cuerpo de ideas estructuradas y cohesionadas entre sí. Es por ello por lo que el consumo de dicho contenido audiovisual, corto y sin profundidad, es simplista y permite que se cree un caldo de cultivo poderoso para los extremismos o populismos.
Conclusión
La reducción de ideologías a etiquetas ha representado un perjuicio al debate político, aunque a nivel comunicacional es una bendición.
Que el político o medio de comunicación use palabras como “marxista”, “progre”, “ultraneoliberal”, “fascista” o más es netamente por fines comunicacionales y su trabajo estará completado cuando los receptores de dichos mensajes se disponen a repetir aquello de manera automática: sin un ápice de criterio propio o intento de reflexión.
El ser crítico implica un esfuerzo mayor en pensar y, por cómo está configurado nuestro cerebro y el sistema, preferimos saltarnos ese paso para poder consumir dichos mensajes ya masticados, con un sesgo bastante cargado y reducido a tal manera que quienes no piensen como nosotros prácticamente serían una bola de estúpidos incompetentes que no pueden o quieren ver la verdad.
El clásico “nosotros somos buenos, ellos malos” y lo curioso de ello es que, no importa si es de derechas o izquierdas quien diga esto, siempre acusan al otro de politizar y generar caos al contrario.
Anexos
1Cabe resaltar que no se da un juicio de valor sobre las posturas que tienen dichos portales, puesto que se entiende que cada persona o grupo de ellas tiene ideologías, intereses y perspectivas propias que los plasman en sus publicaciones. No está mal ello, puesto que el periodismo es, al fin y al cabo, una herramienta política muy importante.
*Estudiante de Ciencia Política de la UNMSM. Asistente de Investigación en Peruvian Science. Miembro del. Integrante del Circulo de Investigación de Sistemas Administrarivos Henri Fayol-CISAD.
**Frente Crítico Universitario podrá no estar de acuerdo con muchas de las posturas de sus redactores, pero defenderá el derecho a la libertad de expresión de cualquier persona que decida publicar con nosotros, aún si estas son críticas a nuestra organización.