LA JUVENTUD NO NOS HACE REVOLUCIONARIOS
(14 diciembre 2022)
(14 diciembre 2022)
Por: Dante Olivera
Estaba escuchando el otro día un debate español sobre los 100 años de la marcha sobre Roma en la cual participó el comunista español Roberto Vaquero. En dicho debate, Vaquero mencionó algo, a mi juicio, cierto, citándolo textualmente: “𝗹𝗮 𝗷𝘂𝘃𝗲𝗻𝘁𝘂𝗱 𝗻𝗼 𝘁𝗲 𝗵𝗮𝗰𝗲 𝗿𝗲𝘃𝗼𝗹𝘂𝗰𝗶𝗼𝗻𝗮𝗿𝗶𝗼 𝗽𝗲𝗿 𝘀𝗲, 𝗲𝘀𝘁𝗼 𝗲𝘀 𝘂𝗻𝗮 𝘁𝗼𝗻𝘁𝗲𝗿í𝗮 𝘆 𝘂𝗻 𝗺𝗮𝗻𝘁𝗿𝗮 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗶𝘇𝗾𝘂𝗶𝗲𝗿𝗱𝗮 𝗮𝗰𝘁𝘂𝗮𝗹 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝗼 𝘁𝗶𝗲𝗻𝗲 𝘀𝗲𝗻𝘁𝗶𝗱𝗼”. Roberto se refiere a que no se puede asumir a la juventud como si esta fuera una clase social como tal, en todo caso se debería hablar de juventud trabajadora y no solo de juventud.
Esto me hizo recordar a la frase que decía el expresidente socialista Allende sobre que “𝘀𝗲𝗿 𝗷𝗼𝘃𝗲𝗻 𝘆 𝗻𝗼 𝘀𝗲𝗿 𝗿𝗲𝘃𝗼𝗹𝘂𝗰𝗶𝗼𝗻𝗮𝗿𝗶𝗼 𝗲𝘀 𝘂𝗻𝗮 𝗰𝗼𝗻𝘁𝗿𝗮𝗱𝗶𝗰𝗰𝗶ó𝗻 𝗵𝗮𝘀𝘁𝗮 𝗯𝗶𝗼𝗹ó𝗴𝗶𝗰𝗮” o cuando el Che hablaba de la labor vanguardista de un joven comunista para con la Revolución.
De más está decir que concuerdo con Vaquero en el fondo, pero no la forma. Más evidente se hacen mis diferencias con el Che o Allende. Es así que, sin ánimo de hacer un extenso escrito, considero necesario hacer algunas reflexiones sobre la juventud, su utopía revolucionaria y la labor en la política peruana, desde la visión de un joven liberal.
𝗟𝗮 𝗷𝘂𝘃𝗲n𝘁𝘂𝗱 𝗻𝗼 𝗻𝗼𝘀 𝗵𝗮𝗰𝗲 𝗿𝗲𝘃𝗼𝗹𝘂𝗰𝗶𝗼𝗻𝗮𝗿𝗶𝗼𝘀
Se nos ha vendido la ilusoria idea de que el joven (especialmente aquel que estudia ciencias sociales o alguna carrera de humanidades) debe ser rebelde e inconforme por antonomasia, aquel sujeto de cambio, decepcionado del estadio de cosas presentes y que desea, mayoritariamente, cambios en la sociedad. Siento que es algo que muchos, si no es la mayoría, de jóvenes hemos sentido o seguimos sintiendo. Sin embargo, el ser joven no conlleva ni conllevará una carga implícita como la de ser sujetos de cambio en sí mismos.
La etapa que sigue a la adolescencia es una donde sentimos que podemos comernos al mundo; comenzamos poco a poco nuestra vida independiente y miramos a nuestra pasada adolescencia para aprender de ella y definir, en gran parte, lo que haremos a futuro. Algunos psicólogos evolutivos caracterizan que en aún en esta etapa es normal tener algunos rasgos de rebeldía e incluso inconformidad: nos continuamos encontrando a nosotros mismos, el quiénes somos y el sentido que le daremos a nuestra existencia. Tenemos esa inconformidad con nuestro pasado, pues buscamos una identidad propia, más allá de la que nos dieron (o intentaron dar) nuestros padres.
Estos breves rasgos descritos se pueden extrapolar al ámbito social, donde el joven busca una identidad de grupo, tiene más confianza en la amistad que en cualquier otra cosa, y, por qué no, se une a las ideas radicales. Dentro de estas ideas de cambios sociales está aquella de “revolución” (dejaré a interpretación libre lo que cada uno quiera entender de esa palabra) o un fuerte cambio del estado actual de cosas. Sin embargo, no es cierto el que todos nos tengamos que adherir a estas ideas que suenan rimbombantes. De hecho, puede verse que buena parte de la juventud, en base también al párrafo anterior, busca su identidad en base a cosas que no son cambios o turbas sociales, sino en su mera intelectualidad, la universidad, trabajos personales, zona de confort, etc.; podemos buscar nuestra identidad y sentido de ser jóvenes en muchas cosas más allá de las que invitan a la llamada revolución, pues la identidad no se reduce a esta.
𝗠𝗲𝗻𝘁𝗶𝗿𝗮𝘀 𝗯𝗶𝗰𝗲𝗻𝘁𝗲𝗻𝗮𝗿𝗶𝗮𝘀
Hace dos años se dieron las marchas de noviembre contra el gobierno legítimo y constitucional de Manuel Merino (Tribunal Constitucional). Quienes mayoritariamente salieron a marchar en aquel entonces fueron jóvenes (que no representan a toda la juventud, así como casi ninguna colectividad que sale a protestar), a quienes se les conoció como 𝙜𝙚𝙣𝙚𝙧𝙖𝙘𝙞ó𝙣 𝙙𝙚𝙡 𝙗𝙞𝙘𝙚𝙣𝙩𝙚𝙣𝙖𝙧𝙞𝙤.
Un fuerte motivo de las marchas fue la negativa imagen colectiva que se había creado hacia el congreso por parte del 𝘓𝘢𝘨𝘢𝘳𝘵𝘰 con la ayuda mediática; otro era el genuino sentimiento de impotencia ante los representantes estatales que parecía se preocupaba más por pelearse entre ellos y ostentar el poder, que por la población que sufría los estragos producto de la pandemia; incluso otros porque de verdad veían en Vizcarra un mesías del cual no se querían despedir. Sea cual fuese el motivo, puedo decir que las manifestaciones iniciales fueron con genuino sentimiento de un cambio o protesta bondadosa (recordemos, además, el atentado que se quería hacer contra la educación y la ciencia); sin embargo, las cosas cambiaron con las posteriores convocatorias, de la cual se conoce más la del 14N.
Tenemos que tener algo muy en cuenta, la masa NO piensa, la masa es voluble, se puede moldear (he allí su nombre de masa), siendo esto es muy característico de diversas manifestaciones: inicialmente se puede ir con un motivo, pero cuando se está dentro de la turbulencia, se puede cambiar de parecer (más aún cuando los que dirigen una protesta son agitadores sociales por excelencia). Siento que esto es lo que pasó en el 14N y la dirección que tuvo: jóvenes saliendo a marchar, mostrando su disconformidad, algunos con sus principios y convicciones y otros simplemente manipulados, que al final sirvieron a una causa que muchos no perseguían, en este caso, un cambio de Constitución y una “revolución” como muchos querían pintar o trataron de direccionar.
Estos hechos desencadenaron la muerte de dos jóvenes como Inti y Bryan, a los cuales se intentó vender como mártires de las protestas (e incluso se llegó al absurdo de compararlo con verdaderos héroes y mártires de nuestra historia), pero a fin de cuentas no son más que víctimas de una protesta que, en cuestión de fondo, tenía pocos motivos concreto y correcto de ser. Se creó una leyenda sobre los jóvenes, una generación que, cuentan las historias, era la verdadera generación del cambio ante un sistema retorcido y desfasado en todas sus facetas posibles. Se enarboló a la juventud del momento que se creía, según algunos izquierdistas confundidos, eran el motor para la transformación social que necesitaba el Perú, como si se tratase de una clase revolucionaria en sí misma. Se atacó a quienes pudiesen cuestionar tales mitos forjados en base a una mentira constitucional de ilegitimidad del gobierno y una instrumentalización mediática que siempre han servido al poder de turno o a quienes le conviniese. Se creó la leyenda irrisoria de los bicentenarios.
¿𝗦𝗼𝗺𝗼𝘀 𝗽𝗮𝗱𝗿𝗲𝘀 𝗲 𝗵𝗶𝗷𝗼𝘀 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗵𝗶𝘀𝘁𝗼𝗿𝗶𝗮? 𝗟𝗼𝘀 𝗷ó𝘃𝗲𝗻𝗲𝘀 𝘆 𝗹𝗮 𝗽𝗼𝗹í𝘁𝗶𝗰𝗮 𝗹𝗮𝘁𝗶𝗻𝗼𝗮𝗺𝗲𝗿𝗶𝗰𝗮𝗻𝗮
La pregunta puesta en cuestión es algo del liberalismo conservador del siglo XIX y que, a mi consideración, prevalece hasta nuestros días. Algunos conservadores como Laje y compañía tienen cierta aversión al cambio en el mismo sentido que ellos critican al progresismo en la actualidad. No compartimos esa posición, sino que evolucionamos hacía una mejor.
La política latinoamericana de los últimos años ha sido marcada por fuertes protestas sociales y pedidos de cambio de corte progre-estatistas que tuvo masiva acogida juvenil: en 2019 se dieron protestas en Chile por el aumento del pasaje del metro, en Ecuador las personas marcharon contra la eliminación del subsidio a los combustibles por parte del gobierno, en Bolivia se protestó, en gran medida, a favor del autoritarismo de Evo Morales. En 2020 Perú sufrió las marchas contra el Congreso y Merino; en 2021 se vieron nuevamente protestas en Chile y Colombia, en este último por la propuesta de reforma tributaria. Algunos llaman a este proceso, erróneamente, primavera latinoamericana.
El factor importante en todas estas protestas era la juventud. Gran parte de esta, al menos en el caso peruano, pasado el tiempo, se ha dado cuenta de su actuar y ha reflexionado al respecto a lo que hizo hace dos años y ahora tiene una posición distinta de aquel entonces.
¿Qué puede pensar un joven que participó en las protestas y se sintió engañado, manipulado o cree que su actuar al final sirvió para algo totalmente diferente a lo que pedía en un inicio? ¿un joven que añora un mejor futuro para su país, pero al final sus acciones llevaron a una paulatina ruina a su país? Y es que las acciones gubernamentales de los presidentes electos o las decisiones tomadas no están teniendo los resultados que ellos esperaban, pues, las tesis de las llamadas izquierdas escogidas en la región no son compatibles con la realidad ni la lógica, no tienen coherencia lógica ni correspondencia de la realidad, he allí un fracaso epistemológico-práctico que se refleja hoy en los países. Se hace evidente la frustración de un joven partícipe de las protestas que hoy en día ve las cosas de una manera completamente diferente.
El actuar de muchos jóvenes que hoy se creen revolucionarios tal vez cambie en los futuros años o décadas, para ese entonces es muy posible que ellos serán la derecha rancia, los conservadores o los cerdos capitalistas que antaño criticaron, pero para ese momento, también habrá una facción de la juventud que repetirá sus mismos pasos y errores.
Es importante, entonces, atestiguar una realidad que muchos se resisten a creer: los jóvenes no son revolucionarios per se, y sus acciones muchas veces pueden llevar al fracaso de los países que quieren mejorar. Como dijo Nietzsche:
La Historia nos juzgará a los jóvenes.