EL EFECTO DE LA CULTURA WOKE
Por: Nazarena Garay
Por: Nazarena Garay
Sabemos que la necedad es muy atrevida, o eso esperamos que se comprenda. Probablemente, habrás notado alguna vez que las personas que son menos competentes o hábiles en determinadas áreas del conocimiento suelen estimar (desmedidamente) al alza sus capacidades, hasta el punto que creen saberse más que auténticos expertos en cualquier materia. Esta trampa que encarcela el pensamiento y raciocinio humano, que hoy en día ha mutado al punto de convertirse en una comunidad con aspiraciones de movimientos puritanistas que restringen las libertades de palabra y debate, ya fue bautizado con un nombre en el año de 1999 por dos psicólogos, Justin Kruger y David Dunning. Ellos estudiaron científicamente este fenómeno, mostrando lo que desde entonces se conoce como el efecto Dunning Kruger (efecto D-K). Su estudio fue titulado «No calificados ni conscientes de ello: cómo las dificultades para reconocer la propia incompetencia conducen a autoevaluaciones infladas».
Los resultados de la investigación se resumen en una serie de conclusiones donde podemos apreciar rasgos representativos de la persona «WOKE», que según el vocablo inglés significa «despierta». Estas personas se caracterizan por mostrarse incapaces de reconocer su propia incompetencia, a su vez tienden a no poder reconocer la competencia de las demás personas, y tampoco son capaces de tomar consciencia de hasta qué punto son incompetentes en un ámbito. ¿Pero por qué se produce este efecto? La subjetividad es una de las características más comunes de las personas que la padecen, pues no son capaces de ver las situaciones con distancia ni perspectiva y menos aún cuando se trata de un comportamiento personal y propio.
Los que consideran que saben todo, en el momento que adquieren poco conocimiento sobre un tema, a través de un blog o leen apenas conceptos básicos de un autor, corren el peligro de caer en una superioridad moral, debido a la necesidad de sentirse especiales. De tal manera que alguien que se considera «woke» en sus escasos conocimientos considera tener la única verdad revelada en su mente, alimentando la posibilidad de ser proclive a aprender pautas para desarrollar una actividad que lo aleja del conocimiento. Es capaz de gastar sus recursos y tiempo en completas mentiras, y aún así sentirse despierto, a pesar que sus argumentos sean desestimables. Piensan tener todo bajo control, suelen ser a menudo personas que toman decisiones rápidas, no admiten consejos y actúan con impulsividad.
Veremos que posteriormente el efecto D-K ha ido creando su propio sistema de operación colectiva en el cerebro social. Por tal motivo, me resulta necesario definir el concepto de «cultura» desde algunos de los múltiples enfoques que puede tomar el término, de tal manera que nos permita esclarecer el origen de la identidad «woke» y su historia.
Boas (1938) considera que «La cultura, es la totalidad de actividades mentales y físicas que caracterizan la conducta de los individuos que componen un grupo social, colectiva e individualmente, en relación a su ambiente natural, a otros grupos, a miembros del mismo grupo y de cada individuo hacia sí mismo. También incluye los productos de estas actividades y su función en la vida de los grupos». En cambio, el estructuralismo de Levi – Strauss define a la cultura como un sistema de comunicación regido por el intercambio de los valores más preciados de la humanidad. Así como ellos, existen un número importante de antropólogos, como B. Malinowski, R. Benedict, R. Linton o P. Murdock, que entienden que la cultura se compone de ideas y modelos cognitivos, y no de objetos materiales, pues perciben los objetos materiales como parte del entorno de la vida social, pero no como el núcleo de la cultura.
Bajo las siguientes definiciones podemos afirmar, entonces, que la Cultura Woke consiste en ser la respuesta colectiva de un tipo de realidad desde la ignorancia, donde sus interacciones y actitudes consisten en no investigar en base a una preeminencia moral de la idiotez, guardando sus propósitos en patrones de lenguaje, valores y conductas físicas - mentales de cada uno de sus miembros, como la justificación de «cancelar», boicotear y avergonzar públicamente a quienes tienen opiniones contrarias.
En cuanto al sentido histórico de la palabra «Woke», comienza a utilizarse, en la década de los sesenta, con el objetivo de definir personas concienciadas sobre problemas sociales, en particular, acerca del racismo. De tal manera que a través de estos grupos se creaban en las mentalidades «espacios seguros» para los que han sido marginados; pero aquella primigenia intención del término era de inevitable degeneración, pues en el vocabulario de los activistas «woke» destacan algunos términos que hacen referencia a problemas reales, pero en otros casos exponen una visión falsificada de la realidad. Algunas de estas expresiones son «racismo sistémico», «estado patriarcal», «Fujiaprismo estatal», «macho heteropatriarcal opresor» de esta forma, denuncian la omnipresencia de un mal que permanece enquistado en la sociedad por efecto de unas estructuras injustas, por tal motivo hay que mantenerse constantemente en guardia, despiertos y «vigilantes» (stay woke).
Ningún movimiento está libre de no sufrir el efecto Woke, pero su potencia está programada en aquellas que consideran el «ahora» como una oportunidad de reparaciones y trabaja bajó lógicas de culpa colectiva heredadas. La ideología Woke ha cambiado la lucha de clases por la lucha de identidades. Podríamos preguntarnos entonces, ¿Y qué clase de identidad contiene el hombre en la actualidad?
Las cadenas del hombre actual están en el superindividualismo y el vacío moral del postmodernismo. El postmodernismo es un concepto de cambio cultural, económico y social surgido como respuesta al agotamiento del pensamiento moderno. Su raíz es la incredulidad y el desprendimiento de los metarrelatos, donde el individuo opta por crear múltiples identidades y experimentar tantas maneras de «ser» a través del consumo esquizofrénico. A modo de síntesis podemos asegurar que el hombre postmoderno está en transición del mundo cognitivo de la producción del conocimiento, al mundo semiótico de símbolos y significados de constante seducción hedónica.
El hombre postmoderno no pone a prueba lo que va aprendiendo, pues la identidad ya no es una cuestión independiente de una adscripción social ni mucho menos viene dada desde el nacimiento, sino es una elección individual. De esta forma consume todo lo que se presenta como simbólico y relativo desde un mundo cada vez más globalizado y leído a través de algoritmos «woke» y BUZZWORD de impacto que participan en las redes sociales para la infantilización del criterio, por tal razón las personas necesitan estar preparadas para reconocer que el saber requiere esfuerzo.
A su vez, mucho se le ha criticado a la religión por quitarse el cuestionamiento de sus propios dogmas, mientras se han caído en los dogmas de las ideologías. ¿Pero son estás ideologías sucedáneas de las religiones? ¿O un conjunto de creencias no fundamentadas en la experiencia con un sustrato religioso, aun negando la existencia de un dios? A medida que la tradición religiosa fue separada de la política y cuestionada por el pensamiento moderno surgieron nuevas formas de culto como «la construcción filosófica del Estado». Y el camino optado de la Revolución francesa, contribuyeron a la «deificación del hombre», quién hizo de la política el objeto sagrado de su religión a través de las utopías ideológicas para la modificación y regulación de los comportamientos del ser humano. Es así como la trascendencia del hombre fue reemplazada por una esfera política bajo el amparo del Estado.
Como aclaración en el presente escrito no tengo la intención de responder si política y religión deben de estar separados, ni mucho menos si la religión es una invitación a la duda y cuestionamiento constante, pues eso amerita una discusión teologal y filosófica. A pesar de ello, es una apertura para cuestionar el fenómeno postsecular, como naciente de la postmodernidad y la pérdida de sentido del hombre. La postmodernidad pone límites a la razón totalizante, el posmoderno no está en corresponsabilidad con nada, sino es susceptible a las modificaciones rápidas. Sin embargo, el proceso de secularización no ha llegado a divorciarse del todo de la religión, pues se ha vuelto en «minúsculas» la sacralización de elementos sociales. Es así, que el nacimiento del concepto de postsecularidad aparece como candidato a ser el nuevo paradigma de las tensiones entre la religión y lo secular en el mundo actual, con la promesa de tender puentes entre la racionalidad religiosa y la racionalidad secular.
La filosofía postsecular en definitiva se mueve en el discurso sobre la fuerza de la razón, pero el siglo XXI es un siglo dominado por la emoción. La razón pública sea fuerte o débil, entiende las realidades del discurso desde conceptos cerrados de identidad. Por tal motivo es necesario atender este nuevo fenómeno de cambio cultural, para la lectura de la realidad, y no tomarlo como algo inexistente o con menos importancia.
Mi intención principal es concluir con la siguiente reflexión: Todos tenemos necesidad de tener un sentido entendible, que nos dé algo de «razón» o guía que nos ayude a entender cómo funciona el mundo. Pero las pseudociencias son las enemigas de ese anhelo, el hombre debe confrontar con refutaciones, buscar puntos de apoyo y con esfuerzo quitarse la visión miope del facilismo, pues no imagino algo más aterrador que considerarse despierto a través de una mentira.
La sabiduría es, para muchos, una perspectiva sugerente, un ideal de perfección humana, pero es una búsqueda que costará esfuerzo y compromiso, y que, por lo tanto, no está al alcance de todo el mundo. La sabiduría no es solo poseer el conocimiento fáctico o la experiencia en un campo, sino que indica una perspectiva intelectual completa y la habilidad para evaluar el conocimiento y juzgar cómo se deberían entender las cosas vistas desde una perspectiva más amplia.
Referencias
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Habermas, Jürgen. 2008. El resurgimiento de la religión, ¿un reto para la autocompensión de la modernidad? Diánoia 60, p. 3-20.
Lyotard, Jean F. (1994) La condición postmoderna: informe sobre el saber. Madrid: Cátedra
Mardones, M. (1996) ¿Adónde va la religión? Editores: Sal Terrae. España
Mesenguer, J. (17 de julio del 2020) La trampa de la ideología “woke”. Aceprensa. Recuperado en: https://www.aceprensa.com/.../la-trampa-de-la-ideologia.../
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